La cercanía de las fiestas de Navidad siempre incita a la reflexión. Así, a pocos días de que finalice el año 2013, merece la pena que hagamos una valoración de lo acontecido en los mercados financieros, en general, y en los mercados de valores, en particular, intentando sacar de ello pautas que nos permitan una mejor orientación futura.

En este sentido, y sin ningún género de duda, lo más relevante en el ámbito financiero ha sido la relativa normalización del riesgo país de las economías periféricas europeas, especialmente relevante en el caso de España, Italia e Irlanda. Recordemos que finalizamos el 2012 con las primas de riesgo (diferencia de rentabilidad entre el bono a 10 años con respecto a Alemania) en niveles muy elevados, pero algo más reducidos que los alcanzados en agosto del mismo año, cuando la unión monetaria europea parecía desmoronarse.

En el caso de España, el año 2013 abrió con la prima de riesgo en niveles de 400 puntos básicos (lejos de los 600 alcanzados 6 meses antes) y, previsiblemente, finalizará en valores del entorno de los 200 puntos básicos, lo que representaría una reducción del 50% en el año y del 70% desde máximos.

Así, imbuidos en este aumento generalizado de la confianza, los mercados de valores europeos finalizarán el 2013 con rentabilidades positivas y, en general, de dos dígitos. El Eurostoxx 50, representativo de las 50 mayores empresas europeas, refleja a día de hoy una rentabilidad del 12%, el CAC francés y el MIB italiano del 13,5%, el Ibex del 14% y el DAX alemán del 19%.

Esta notable mejoría en la confianza en los países periféricos, y especialmente en España, reflejada en una menor prima de riesgo y seguida del aumento de valor de las acciones, tiene un soporte más inmaterial que real. Es decir, es más consecuencia de la firmeza del Banco Central Europeo en la defensa de la moneda única que de una clara y manifiesta mejoría de las variables que la afectan. Y, por lo menos en el caso de España, no es que no existan indicios  e mejoría, que sí existen, como la notable recuperación de la balanza exterior hasta alcanzar superávit, el mejor comportamiento de las ventas minoristas, el notable desapalancamiento del sector privado, el saneamiento del sistema bancario, etcétera. El problema es que algunos de los principales desequilibrios que nos han llevado a la crisis sufrida en los últimos años siguen latentes y empeorando.

En este sentido, destaca especialmente el déficit público que, de mantenerse la actual tendencia, provocará que nos situemos en el 2015 con un nivel de deuda cercano a un billón de euros, similar al PIB que genera todo el país en todo un año de trabajo. Y lo preocupante es que parece que el Gobierno central no cuenta con la decisión para encarar con firmeza este problema, atacándolo más por el lado del aumento del ingreso (más impuestos) que por la reducción del gasto.

El déficit público no sólo es relevante por las dudas que sobre su sostenibilidad existen, sino porque en los últimos años ha supuesto un drenaje de liquidez desde el sector privado, que ha visto como se reducían sustancialmente sus posibilidades de financiación. No olvidemos que desde el inicio de esta crisis se ha destruido financiación al sector privado por unos 300.000 millones de euros, importe prácticamente coincidente con el aumento de la deuda del sector público.

Revertir esta tendencia, por su impacto en la confianza y en la financiación de nuestras empresas es, a todas luces, tarea absolutamente prioritaria. Sólo con un déficit de la administración sostenible y con la adecuada financiación empresarial estableceremos la base para el relanzamiento de nuestra economía.

Encaramos, por tanto, el nuevo año con algunos rayos de sol, pero también con las sombras que genera la falta de solución de problemas fundamentales que pueden impactar en la confianza y, como no, en los mercados financieros. De la forma de abordarlos dependerá la evolución de los mercados de bonos y acciones en los próximos meses.