Cuando observo los mercados de valores me viene a lamente las clases de física de  mi infancia. Recuerdo cómo el profesor nos mostraba el principio de Pascal, formulado en el siglo XVII por el físico al que debe su nombre, mediante el cual la presión ejercida en un líquido  se transmite con la misma fuerza en todas direcciones. Para demostrarlo utilizaba una especie   de balón rígido con pequeños agujeros. Por la parte superior introducía agua y ejercía presión para demostrar que el agua salía por todos los agujeros con la misma intensidad.

Algo similar ocurre con el mercado de valores español, que no hace más que descender debido a los problemas del sistema financiero, el alto endeudamiento (público y privado), el desempleo  y las tasas de crecimiento negativas, entre otras presiones. En lo que llevamos de año, la bolsa española es la que más pierde de entre los grandes mercados de los países desarrollados, con  caídas superiores al 15%. De hecho, es prácticamente el único mercado que está en negativo.

Por el contrario, otros mercados obtienen rentabilidades positivas de una cuantía próxima a las caídas de España: Alemania muestra una revalorización de su bolsa del 12%, EE.UU. del 10%, Japón del 14% y Brasil del 11%. Es como si la presión sobre la economía española actuase de forma similar a lo enunciado por el principio de Pascal sobre el agua: la presión ejercida sobre España hace caer nuestra bolsa en una magnitud similar a la que suben otros mercados.

Sin duda, este proceso revertirá, pero no lo hará ni a corto ni a medio plazo. Más bien al contrario, pues es más probable que pueda acentuarse la caída a la vista de la actual situación   y de las perspectivas de futuro. Los problemas del sistema financiero siguen sin resolverse. Varias de las integraciones efectuadas han devenido en fallidas, por lo que estamos en un nuevo proceso de integración que pretende subsanar los errores cometidos. Mientras tanto, la morosidad sigue castigando con fuerza los balances de las entidades financieras y requiriendo importantes dotaciones, haciendo caer los resultados hasta niveles insospechados.

Creo que las fusiones pueden solucionar algún caso, pero no todos. No hay por qué pensar que lo que no solucionó un proceso de integración antes, pueda solucionarlo ahora. Por ello, me preocupa especialmente la solución que pueda impulsarse desde los organismos competentes, especialmente si esta llevase aparejado nuevos cargos contra las cuentas públicas. A estas alturas, el balance público no puede encajar nuevos gastos y, sin duda, antes que ello sería mejor asumir el cierre de las entidades no viables. En esto, aprender de lo ocurrido en Irlanda puede ser de gran valor.  Con un sector financiero débil, el crédito sigue sin fluir hacia empresas y familias. Y la verdad no es sólo que no llegue nuevo crédito, sino que desaparece el existente. Sólo en los dos primeros meses del presente año, el crédito disponible para el sector privado se recortó nada menos que en 12.000 millones de euros.  Por lo que respecta al endeudamiento público, parece que por fin empiezan a adoptarse medidas correctoras de calado. Sólo espero que el Gobierno entienda y recuerde que la situación es crítica, y que anteponer otros intereses termina pagándose. Buen ejemplo de ello es la lentitud en la aprobación del presupuesto.

Sin embargo, uno de los aspectos más preocupantes es el crecimiento. Aunque todavía no  disponemos de datos definitivos, nuestras estimaciones indicarían que, durante el primer trimestre de este año, el PIB español habría presentado una caída que, proyectada en términos anuales, estaría por encima del 1,75%. Esto sería realmente una mala noticia, pues afectaría a nuestro objetivo de déficit como consecuencia de una menor recaudación, debilitaría aun más la situación de nuestro sistema financiero debido a un aumento de la mora, consolidaría el desempleo, etcétera.

Así las cosas, la presión sobre nuestra economía y, por tanto, también sobre nuestro mercado de valores, continuará en los próximos meses, por lo que no cabe esperar gran comportamiento de la bolsa en el medio plazo.

Pero permítanme recordarles que, “si la presión no hace que el balón explote” (y confío en que así sea), deberá ceder en su intensidad. En ese momento, deberíamos recuperar, al menos, parte del camino perdido.